Escrito por Gonzalo Ossandón Véliz
- Acerca del Sentido Común:
En Marx se encuentra a menudo cierta atención al sentido común y la solidez de sus creencias. Pero no se trata de una referencia a la validez del contenido de tales creencias sino precisamente a la robustez formal de estas, y por lo tanto a su carácter imperativo cuando producen normas de conducta. De hecho, en las referencias se halla también implícita la afirmación de la necesidad de nuevas creencias populares, esto es, de un nuevo sentido común y por lo tanto de una nueva cultura y de una nueva filosofía, que arraiguen en la conciencia popular con la misma fuerza y carácter imperativo que las creencias tradicionales.[1]
Para Gramsci, la filosofía espontánea de cualquier individuo, cuando es inconsciente, y por eso mismo, caótica y abigarrada, es propia del sentido común. es decir, de ese cúmulo de ideas, nociones, costumbres y hasta comportamientos que adoptamos como algo original, pero, en definitiva, es la sociedad en que se vive, y sus supuestos hegemónicos, los que nos la han impuesto.
Por otra parte, comprende que el buen sentido es el resultado del ordenamiento del sentido común, siendo éste, posible de ser activo o pasivo en lo que respecta al transcurso de su propia historia. Cabe mencionar, que no existe un sólo sentido común, ni puede ser entendido éste de modo homogéneo, ya que cada agrupamiento social posee el suyo propio, al que adherimos compartiendo ciertos aspectos tanto de nuestro modo de actuar como de pensar.
Así es como Gramsci a través de sus argumentos, no sólo arrebata de los olimpos del conocimiento humano el quehacer filosófico, sino que además lo pone en tensión y valida su accionar en el terreno enmarañado del sentido común, buscando develar como la ideología dominante se vuelve hegemónica, pero también cómo es posible que, desde aquí, se pueda confeccionar un buen sentido que consiga empatar con la filosofía de la praxis, volviéndose ésta hegemónica.
Crear una nueva cultura no solamente significa realizar individualmente descubrimientos “originales”; también significa, especialmente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, “sociabilizarlas” por así decir, y por tanto hacer que se conviertan en base para acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral. Que una masa de hombres sea vea llevada a pensar coherentemente y en forma unitaria el presente real es un hecho “filosófico” mucho más importante y “original” que el hallazgo de una nueva verdad por parte de un “genio” filosófico, que acabará siendo patrimonio de pequeños grupos intelectuales.[2]
- LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS COMO UN MOMENTO DE LA CULTURA MODERNA:
Filosofía de la Praxis, es un concepto acuñado por un solitario Antonio Labriola a comienzos de los novecentos, y que lo ocupa para destacar la independencia y originalidad de la filosofía inaugurada con los planteamientos de Marx. Gramsci desempolva –como si fuese arqueólogo- este concepto, buscando profundizar en esta posición y reivindicar a esta filosofía como útil para las transformaciones y el mejoramiento de las condiciones humanas de existencia. Lo va a emplear por lo tanto para referirse a una determinada concepción del mundo que la considera como un momento muy importante y significativo de la cultura moderna.
La filosofía de la praxis ha sido un momento de la cultura moderna; en cierta medida ha determinado y fecundado algunas de sus corrientes. (…) La filosofía de la praxis presupone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que está en la base de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral, dialectizado en el contraste entre cultura popular y alta cultura. Corresponde al nexo Reforma protestante + Revolución francesa: es una filosofía que es también una política y una política que es también una filosofía. (…)La afirmación de que la filosofía de la praxis es una concepción nueva, independiente y original, aun siendo un momento del desarrollo histórico mundial, es la afirmación de la independencia y originalidad de una nueva cultura en incubación que se desarrollará con el desarrollo de las relaciones sociales.[3]
Gramsci nos presenta así, a la filosofía de la praxis, como aquella concepción del mundo que incuba una nueva cultura, por lo que resulta ser la superación dialéctica de todo el pensamiento moderno. que considera la realidad social como una totalidad concreta, en donde todos los aspectos desmenuzados de nuestras vidas son a la vez, partes de un todo coherente y orgánico, constituyendo pues un error grave todo intento de separar al ser humano de la naturaleza, al sujeto del objeto, a la actividad de la materia y al ser del pensar y del hacer, en definitiva, a la teoría de la práctica, quedando el dualismo racionalista binario, obsoleto, siendo superado por la praxis.
(…) “materialismo histórico”, o sea actividad del hombre (historia) en concreto, esto es, aplicada a cierta “materia” organizada (fuerzas materiales de producción), a la “naturaleza” transformada por el hombre. Filosofía de la acción (praxis), pero no de la “acción pura”, sino precisamente de la acción “impura”, o sea real en el sentido profano de la palabra.[4]
Praxis es así, la actividad práctica de la historia concreta. La creación humana ontocreadora de nuestra realidad social, entendiendo que la historia es un proceso práctico, donde la existencia humana la transforma y la produce, es decir, es producto y productividad a la vez.
Si en el perenne fluir de los acontecimientos es necesario fijar conceptos sin los cuales la realidad no podría ser comprenderse, también es necesario, y de hecho es imprescindible, fijar y recordar que realidad en movimiento y concepto de la realidad, si lógicamente pueden ser distintos, históricamente deben concebirse como unidad inseparable.[5]
Si los fenómenos o hechos sociales que estudiamos de la realidad se mueven, los conceptos con los que se definen tendrían que sucederle lo mismo. Dilema que resulta complejo, considerando que en la naturaleza del concepto está implícita su inmovilidad y es mediante ellos que asimos una realidad social en perpetua transformación. Valdría la pena preguntarse entonces, ¿por cuánto tiempo resulta posible fijar la realidad conceptualmente? considerando ésta, una de las mayores dificultades del trabajo teórico.
Buscando resolver esta problemática, es que Gramsci emplea la dialéctica como método para concebir el mundo y reflexionar, donde la relación es la que constituye a los conceptos sin constituirse estos a priori, quedando condicionado sus contenidos y orientaciones a la forma y circunstancias reales en cómo se relacionan los términos.
(…) De otro modo ocurre lo que le ocurre a Croce; que la historia deviene historia formal, historia de conceptos, y en última instancia historia de los intelectuales, y de hecho historia autobiográfica del pensamiento de Croce, una historia de moscas cocheras.[6]
Todo es político, también la filosofía o las filosofías, y la verdadera filosofía es la historia en acto, es decir la vida misma. Existe, por lo tanto, un vínculo dialéctico entre historia y filosofía, un estrecho nexo entre teoría y práctica, entre teoría y acción política, unidad que hace de la política la verdadera filosofía, que es teoría y práctica al mismo tiempo, que no se limita a interpretar el mundo, sino que lo transforma con la acción, es la necesidad de pasar de la filosofía especulativa a la política, entendida esta como acción transformadora.
De esta manera, podemos plantear que el momento culminante de la política vista de este modo, es la revolución, la creación de un nuevo Estado, de un nuevo poder y de una nueva sociedad. Este estrecho vínculo orgánico entre la política y la filosofía hace que el momento culminante de la filosofía sea la política transformadora, y que el o la filósofa sea políticx en su calidad transformadora.
La apuesta que Gramsci nos propone consiste pues, en ser conscientes de nuestra realidad social con actitud crítica ante lo que conocemos y con una concepción dialéctica del mundo y su comportamiento histórico, una teoría-concepción en proceso que se va adecuando continuamente de acuerdo al movimiento histórico de la realidad misma y que, por tanto, no es posible de reducir a un manual como pueden serlo aquellas concepciones que ya hayan agotado su posibilidad de elaboración en el tiempo.
Se trata de una concepción del mundo que reivindica el valor filosófico del hacer, del transformar, de la construcción de una nueva sociedad, de una nueva estructura económica, de una nueva organización política y también de una nueva orientación teórica, ideológica, moral y cultural. Aplica, por lo tanto, en la práctica las tesis de su filosofía, supera aquellas contradicciones filosóficas que no pueden ser resueltas en el plano del pensamiento especulativo, pero que en cambio sí pueden serlo en una nueva sociedad.
- FILOSOFÍA DE LA PRAXIS: CONCEPCIÓN DEL MUNDO PARA UNA PRAXIS REVOLUCIONARIA:
Antonio Gramsci fue un militante y dirigente del PCdI, que en ese entonces se proponía un programa revolucionario como proyecto político para la construcción de una nueva sociedad anclada a su realidad. Participó entusiastamente en los acontecimientos conocidos como el bienio rosso, volviéndose años después en destacado dirigente de la Internacional Comunista.
Su dedicación al oficio de la militancia revolucionaria fue prácticamente exclusiva, su vida personal, sus vínculos sociales, amores y desamores, lecturas, incluso los lugares que conoció y los sucesos que le acontecieron estuvieron marcados por su opción convicta y confesa, por un modo de vida hacedor de revoluciones, un intelectual orgánico en su quehacer.
Así mismo como sucede con la praxis, resulta imposible pues, en la vida y obra de Gramsci, separar su elaboración teórica con su quehacer práctico. Son indisolubles y se explican mutuamente.
Así lo confirma tempranamente en sus escritos, cuando en septiembre de 1919, a la edad de veintiocho años, Gramsci redacta el artículo “El desarrollo de la revolución”, en el que sostiene que “la revolución no es un acto taumatúrgico, es un proceso dialéctico de desarrollo histórico”[7].
Distanciándose tanto de las tendencias fatalistas o mecanicistas de las lecturas de Marx. El joven sardo reivindica el carácter esencial de las revoluciones, como procesos propios del desarrollo de la historia, y su carácter dialéctico de la realidad concreta, asume que éstas son realizadas por mujeres y hombres a través de su praxis en el marco de la lucha histórica entre clases sociales.
Ésta se consigue en la medida en que los grupos subalternos, explotadxs, oprimidxs y dominadxs, en búsqueda por su emancipación, obtienen una autoconsciencia de su condición histórica y adoptan la decisión de organizarse para transformar su situación. De esta forma, Antonio Gramsci, en su calidad de revolucionario y pese a escribir sus reflexiones siendo prisionero político del régimen fascista. Nos propone en sus denominados Cuadernos de la Cárcel, no sólo cómo concebir el mundo de manera unitaria y coherente sino también y fundamentalmente como transformarlo.
[1] Op. Cit. pp.650.
[2] Op. Cit. pp. 632.
[3] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel. Editorial ERA, México D.F., 1981. (Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana). Q 16. pp. 259,264 y 265-266.
[4] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel. Editorial ERA, México D.F., 1981. (Edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana). Q n°4.p. 167.
[5] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel. Segundo volumen, Cuadernos 6-11 (1930-1935). Ediciones AKAL, Madrid, 2023. (Traducción y notas de Antonio J. Antón Fernández. Introducciones e itinerarios de lectura a cargo de Anxo Garrido). Q n°10. pp.522.
[6] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel. Segundo volumen, Cuadernos 6-11 (1930-1935). Ediciones AKAL, Madrid, 2023. (Traducción y notas de Antonio J. Antón Fernández. Introducciones e itinerarios de lectura a cargo de Anxo Garrido). Q n°10. pp.522.
[7] Gramsci, Antonio en L’Ordine Nuovo 1919-1920. Valentino Gerratana, Antonio Santucci (a cura di), Torino, Einaudi, 1987. P.207.